La cosmovisión isabelina.

– Shakespeare y la cosmovisión isabelina - Prof. Carolina Bovio
A William Shakespeare se lo conoce como “el hombre de la máscara de hierro de la literatura”, porque poco se sabe de su biografía. No podemos decir con certeza cuándo ni cómo empezó su vinculación con la literatura, pero hacia 1592 ya era conocido como actor y como autor, tenía para entonces veintiocho años.
Shakespeare produjo su obra en el contexto de un teatro isabelino floreciente y pujante. El teatro inglés estaba lleno de vida, dominado por los actores que eran los propietarios y les pagaban a los autores para que produjeran las obras. Habían logrado la laicización del drama, es decir, la Iglesia perdió el control sobre el teatro, pero ese control pasó a manos del estado, el gobierno puritano restringió, también, su campo de acción.
La tragedia isabelina posee héroes clásicos, en ellos podrán reconocer la hamartia, la hybris y la anagnorisis que estudiaron en relación a la tragedia griega. Aunque no recibirá la influencia de otros aspectos de la tragedia clásica y de las preceptivas pseudo aristotélicas del Renacimiento, que postulaban la unidad de lugar, de tiempo y de acción.
En Shakespeare vemos cómo se complejiza la trama, cómo se abandonan las formas lineales. Muchas veces se entretejen dos intrigas que convergen o entran en conflicto. Esta es una característica del Barroco y vemos que el teatro de Shakespeare anticipa algunos de sus temas, tópicos y procedimientos. Por otra parte, en su teatro hay gran influencia de lo popular y de lo medieval. Estos elementos de procedencia dispar están muchas veces en tensión dentro de los textos.
Shakespeare utiliza elementos heterogéneos. En sus obras coexiste lo grotesco, el humor y lo cómico con lo trágico. La figura del bufón suele vehiculizar el humorismo. Por ejemplo, el bufón del rey Lear censura su conducta, expone la verdadera situación del rey y señala su decadencia. En este caso lo grotesco acentúa aún más la trágica situación del personaje.
El teatro de Shakespeare rompe con el principio de decoro, aquello que en la tragedia clásica era obsceno, es decir, que debía permanecer fuera de la escena, aquello que dada su naturaleza no debía ser expuesto ante los ojos de los espectadores, como la muerte, el duelo, el padecimiento físico. El teatro isabelino no respeta este principio clásico.
En Shakespeare vemos la triple combinación de actor, autor y poeta. Dominaba el verso blanco, la musicalidad y el ritmo. Sus obras son verdaderos dramas poéticos. Shakespeare, en definitiva, creó un nuevo arte interpretativo.
Sus personajes manifiestan en unos versos, en un monólogo, en una frase todo su carácter. Ese carácter se proyecta en la acción, al leer sus textos percibimos la expresión de un hombre y todo un mundo espiritual que éste habita. Logró aunar la sencillez de la expresión con la fuerza poética y dramática. La ilusión dramática se encarna directamente en el actor, que se vuelve el centro inevitable del teatro de Shakespeare dado que lo central era la revelación de un carácter. El medio directo para esa revelación eran, naturalmente, los monólogos.
El teatro isabelino era unisexual, o sea, las mujeres no podían actuar. Los adolescentes representaban los papeles femeninos. Shakespeare evitaba que tuvieran que representar situaciones embarazosas, para que no hicieran el ridículo.
El escenario del Globo era elemental, lo que le daba libertad de tiempo y de lugar imaginarios. Los personajes no debían situarse constantemente en un lugar determinado. Debía haber algún vago indicio de localización pero no muchos. Insistir en la existencia de cosas que no estaban ahí, hubiera roto la ilusión. Lo que se destaca siempre es la acción. Desde el punto de vista teatral el tiempo no existe. La mayoría de las veces nada indica si transcurre rápida o lentamente. La ilusión reside en los personajes shakesperianos y en sus actos, no en otra parte. El esquema cronológico no tiene mayor exactitud, sólo lo indispensable para darnos impresión de realidad. En definitiva, las convenciones espaciales y temporales eran fluidas y flexibles, estaban al servicio de la acción y de la evolución interna de los personajes. Shakespeare redujo al mínimo lo descriptivo y lo accesorio, para el logro de fines específicamente dramáticos. Una escenografía realista disminuiría la importancia de las figuras de primer plano.
La descripción, en todo caso, se usa para expresar el estado anímico de un personaje. La tempestad en Rey Lear establece una metonimia con el estado emocional del personaje, refleja la crisis interior de Lear. La acción física de los personajes no es más que un signo del acontecimiento interior y verdadero. Es el discurso poético el que expresa y revela esa interioridad. En sus más grandes tragedias alcanza Shakespeare el logro más extremo de su técnica escénica.
Cosmovisión isabelina
A la época isabelina, como a cualquier otro periodo histórico le corresponde una cosmovisión, es decir, una forma de ver, de sentir y de pensar el mundo. Tillyard estudió cómo era la cosmovisión isabelina. Descubrió que en todas las obras de la época había un fondo de orden, que más que un orden político era un orden cósmico. Los isabelinos veían ese orden bajo tres aspectos: una cadena, un conjunto de correspondencias y una danza. El autor emplea el término isabelino con laxitud, para referirse a algo que esté dentro del ámbito del Renacimiento inglés, situado entre las épocas de Enrique VIII y Carlos I. Es importante saber que durante el reinado de Isabel I, Inglaterra disfrutó de un desarrollo sin precedentes. Esta etapa de florecimiento económico, desarrollo social y estabilidad política posibilitó el sostenimiento de un periodo de bienestar y optimismo. En este marco se desarrolló plenamente el teatro isabelino, en esta época de bonanza se estimuló, fomentó y disfrutó la actividad teatral.
Veamos ahora las características de la cosmovisión isabelina. Esta cosmovisión era teocéntrica, es erróneo pensar esta época como secular. Persistía la vieja lucha entre las exigencias de dos mundos: el terrenal y el trascendente. La visión medieval del mundo llegó a la época isabelina, se mantienen en ella una enorme cantidad de elementos medievales. Sobre todo en la idea de un universo ordenado según un sistema de jerarquías muy fuertes.
Para los isabelinos el mundo estaba articulado como una cadena, lo que llamamos la cadena del ser. Hay un orden universal que se extiende desde los cielos hasta los objetos inanimados. Cada ser constituye un eslabón de la cadena conectado con el anterior y el 36

siguiente. Cada partícula de la creación es un eslabón y todos están interrelacionados (Dios, ángeles, hombre, animales, vegetales, minerales) Dentro de cada clase hay un primate o arquetipo, es decir, un elemento que se destaca sobre el resto. Entre los hombres el más importante era el rey.
Esta visión implica que el hombre no se percibe solo y aislado sino en relación con el resto de la creación. El hombre es a la vez materia y espíritu. Se distingue por tres facultades: una inferior constituida por los cinco sentidos; una facultad media, que sería el sentido común, la imaginación y la memoria; y una facultad superior: la razón. Ésta diferencia al hombre de las bestias y lo acerca a Dios. El primero de los componentes de la razón es el ingenio y el segundo la voluntad que es la puesta en práctica de la razón. La cadena del ser nos plantea una lectura de orden vertical que respete ese orden jerárquico.
La concepción del universo como una serie de planos correspondientes implica una lectura horizontal que considere los efectos o las repercusiones que produce lo que ocurre en cada plano, en el resto. El primer plano era el divino o angelical; el segundo, el universo o macrocosmos; el tercero, el reino, estado o cuerpo político; el cuarto, el hombre como microcosmos; el quinto, la creación inferior (animales, vegetales y minerales). La alteración en un plano repercute en los otros y los altera, también. Cuando se alteran las jerarquías aparece la imagen del caos. Los isabelinos le temían al caos, consideraban que no debía alterarse el orden de las jerarquías para que el mundo y la vida estuvieran en armonía.
Y, por último, el universo era pensado como en perpetua danza cósmica, al compás de una música celestial o música de las esferas. Según esta visión el universo estaría en danza constante y en armonía con las esferas. El universo era concebido como un conjunto de esferas concéntricas en cuyo centro estaba la Tierra, ésta se rodea por la esfera de la luna y zona sublunar, los planetas, el sol y las estrellas fijas. La Tierra es cambiante y los cielos inmutables. El hombre está a la merced de los astros, las estrellas rigen su destino. Si bien los isabelinos conocían la astronomía copernicana, les desagradaba aplicar ese conocimiento. Intentan dar cabida a lo nuevo sin violentar el antiguo orden.
Muchas obras de Shakespeare funcionan como metáforas epistemológicas, o sea, representan toda una visión de mundo, una manera de concebir la realidad. En su teatro podemos reconocer algunos elementos de tradición medieval, características del Renacimiento y expresiones de su crisis, como así también, anticipaciones del Barroco que estaba gestándose como cosmovisión y como poética.
La obra de Shakespeare es considerada, en forma prácticamente unánime, como una de las más importantes del canon de la literatura occidental.



Bibliografía
Granville – Barker, Harley , Introducción a Shakespeare, Buenos Aires, Emecé.
Tillyard, E.M.W., La cosmovisión isabelina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1984.


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